viernes, 22 de enero de 2010

Sonrisas

...
R. estaba como siempre, absorto mirando ese epsiodio de su serie, que tanto disfrutaba. Era esa hora en donde no existía nada más que él y los personajes dentro de la caja que se situaba delante suyo.
F., su padre, observaba, mientras movía en forma pendular su cabeza, tratando de que una idea revolucionaria iluminara su complicada vida.
- Es por él que lo tengo que hacer - se decía. Intentaba una y otra vez, con esos ejercicios de relajación que alguna vez, en alguna clase de yoga le habían intentado enseñar.
- Es imposible relajarse hoy - pensaba.
Con angustia enfermiza, logró levantarse de esa silla que lo tenía acorralado hace más de tres horas.
Miró al pequeño R. que le devolvió una amplia y generosa sonrisa y él sintió un temblor como hacía mucho no sentía.
Y clavó sus ojos en esa hoja de papel que se le brindaba única y flamantemente blanca. Que lo invitaba a escribir aquello que había estado esperando hace tanto tiempo.
Y así F. se sentó nuevamente, acomodó sus gafas viejas, respiró hondo y cerró los ojos como poseído por una musa inspiradora sútil y frágil.
En ese estado de éxtasis, la hoja comenzó a ser la depositaria de algo que nunca antes había sido visto.
Comenzó con unas extrañas anotaciones laterales, con símbolos que denotaban un nivel excelso de precisión matemática.
F. seguía extasiado, con el pequeño R. como su más fiel seguidor aunque sin todavía comprender el devenir de letras, símbolos y números que se desprendían de la pluma de su padre.
Esa imagen se prolongaba casi estática en el tiempo, R. miraba y F. escribía, corregía y seguía sonriendo cada vez con mayor asombro al ver su obra.
Luego de unas horas de este ritual casí primitivo, F. puso un punto final y cayó desplomado sobre la mesa, evadiéndose por completo en forma instantánea de la escena ante la atónita mirada de R., que preso de la mas inocente de las carcajadas, no pudo sino acariciar los cabellos de su padre. F. yacía exhausto delante suyo.
- Papá ? Papá? Estás bien ? inquirió R., deseando no obtener un silencio como respuesta.
Unos segundos eternos después, F. se incorporó, miró la cara redonda de su hijo, sonrió y lo tranquilizó.
- R., tu papá está hoy mejor que nunca. Ven vamos a celebrar.
Recogieron sus abrigos en la entrada de la casa y salieron. F. le explicaría o al menos lo intentaría.
El manuscrito de F. permanecerá allí hasta su regreso y como si lo escrito cobrara vida, en el ambiente flotaba la sensación de algo único, conmovedoramente complejo pero extraordinariamente simple.
Al cabo de un par de horas, regresaron.
R. se despidió de su papá y subió a su cuarto a descansar. Había sido una noche particularmente agotadora para sus jóvenes 8 años.
- Papá , te quiero mucho sabes? Se escuchó decir a R. al dar un beso en la mejilla de F. Un nudo, tuvo la mala idea de alojarse en su garganta y tuvo que lidiar con él mientras se despedía de su querido hijo. Hasta mañana R., "Yo también te quiero mucho".
F. volvió a la mesa, escenario de su renacimiento como matemático y revisó una y otra vez su escrito casi con ganas de encontrar un error que lo despertara de áquel sueño intenso.
Una helada sensación le recorrió la espalda cuando luego de varias horas de idas y venidas en su revisión, concluyó que aquello en sus manos era encantadoramente perfecto, era la perfecta sinfonía del lenguaje de las matemáticas.
Qué más podía pedir si una sonrisa de vida de su hijo había prolongado la suya de manera casi mágica.
Y F. se durmió acariciando a su criatura recién concebida, sabedor de que al igual que R. ella sería única....
...
Hoy F. es estudiado en las grandes bibliotecas de la ciencia pero pocos saben que alguna vez F. y R. lloraron y rieron juntos aquella noche de invierno en donde la sonrisa de R. fue el prólogo de la mejor obra de su padre.

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